Aunque hablara las
lenguas de cada barrio y cada collación de la ciudad y de los ángeles de cada
unos de los retablos del hospital de mi nombre, los de Valdés y los de Murillo,
si no tengo caridad, soy como el bronce corroído por el tiempo de la más veleta
de la ciudad o un címbalo destemplado que retiñen los que bailan la zarabanda
en el Corpus junto a la Tarasca. Aunque tuviera el don de profecía del loco
Amaro en su hospital de los Inocentes, y conociera todos los misterios de la
Semana Santa y toda la ciencia del viejo Monardes en su jardín de la calle
Sierpes; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar iglesias y mover
obispos, si no tengo caridad, nada soy. Aunque
repartiera toda mi plata americana y mis prebendas eclesiales, aunque entregara mi cuerpo a las llamas del
Quemadero de San Francisco, si no tengo caridad, nada me aprovecha.
La caridad es
paciente con los pobres acogidos en sus muros, es servicial como nos indicó
Miguel de Mañara; la caridad no es envidiosa como los mortales, no es
jactanciosa como los hombres de poder y los ricos, no se engríe; es decorosa
con dar a la muerte el mejor de los cobijos; no busca su interés, ni en su
cuenta ni en la banca ajena; no se irrita; no toma en cuenta el mal que se
extiende por los rincones de la ciudad; no se alegra de la injusticia que manda
a los desgraciados a la horca con un sambenito en el cuello; se alegra con la
verdad, que es una mujer desnuda obligada a taparse lo que los hipócritas
piensan que son vergüenzas. Todo lo excusa, menos la falta de amor. Todo lo
cree, hasta lo que no ve. Todo lo espera, porque tiene a la Esperanza repartida
por la ciudad, en piedra, en madera y en emociones. Todo lo soporta, la
pestilencia de los ahogados en el río y la miseria de los más pobres. La
caridad no acaba nunca. Es principio y fin, Alfa y Omega en la túnica persa del
que llaman Señor y es el más pobre entre los pobres. Desaparecerán las
profecías de los que siempre hablan de un Apocalipsis que llega. Cesarán las lenguas.
Desaparecerá la ciencia ahogada por la exactitud. Porque parcial es nuestra
ciencia y parcial nuestra profecía.
Cuando venga lo perfecto, desaparecerá lo parcial.
Cuando yo
era niña como las que se sitúan a mis pies esperando que las amamante, hablaba
como niña, pensaba como niña, razonaba como niña. Al hacerme mujer de piedra en
las fuentes del patio de un hospital que da la vida, dejé todas las cosas de
niña. Ahora vemos en un espejo, en el enigma del ser misterioso que te lanza
las más duras palabras: mira que has de morir, mira que no sabes cuándo. Entonces
veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré
como soy conocida. Ahora subsisten la fe que centra el otro patio y que juega
en la torre de Santa Catalina, la esperanza que viene allende el arco y la Caridad,
estas tres. Pero la mayor de todas ellas es la caridad.