12.3.09

MISTERIOS.

Dios es, fundamentalmente, un misterio.
No sabías porqué, pero esa fue la frase que resonó en tu mente cuando clavaste tus rodillas en el duro adoquín. Una frase envuelta en tinieblas de hachones verdes, en ecos de ejercicios espirituales y en hambres cargadas por el peso cotidiano de la cruz de tu existencia. Se clavaba el granito en tus pensamientos mientras alguien encendía la luz que iluminaría al viejo Dios crucificado. Dios de Dios. Luz para la luz. Dios verdadero en la cruz verdadera. La de la vieja madera de aromas medievales, la del relicario orgullo de la cofradía y la que hacía cargar el peso de las sombras de un pasado y de un presente sobre tus espaldas. No sabías porqué, pero aquella luz llenaba de esperanzas las dificultades de tu existencia. Había subido de forma parsimoniosa por una negra escalerilla de mano. Scala coeli. Los viejos latines que vinieron a tu memoria como una letanía en la distancia. Domus pauperum, scala coeli, la casa de los pobres que era la casa de Dios, las letras que decoraban el hospital de la Santa Caridad, aquella que tantas veces dejaste de ejercer. Quizás el motivo de tu penitencia y de tus oscuridades. Otro misterio que agregar a una larga lista por hacer en un tiempo de culpas, de culpables y de dedos acusadores. Alguien encendía la luz de un hachón y una luz parecía llegar desde el profundo misterio de aquellas andas. Verdadero Dios y verdadera cruz de cuyo interior llegaban ecos de un rezo. Respiraderos que lanzaban susurros de viejas beatas y de largas tardes en el rincón oscuro de la iglesia. Apestando a la gloria del sudor y del incienso llegaron a tus oídos misteriosos rezos salidos de una caverna de caoba y terciopelo. Era lunes. Santo. Día de misterios gozosos. Una sucesión de escenas narradas que habían ido mitigando el peso de tus culpas y el de la cruz sobre tu hombro. Negro sobre negro. Avemaría sobre avemaría. No había caído la tarde y ya habían pasado delante tuya anunciaciones, visitaciones, nacimientos y presentaciones. En aires de viejos susurros, sin manigueteros que las escoltaran. Ahora le tocaba el turno al Niño que se perdía en el templo. Hasta el mismo Dios de la Vera Cruz fue alguna vez una oveja descarriada... Perdido y hallado en el templo. Tiempo de penitencia y de misterios. En este caso gozosos. Quizás un espejo que te devolvía el peso de tus pecados en forma de sombras de un atardecer de Lunes Santo en la esquina de una vieja calleja. La del Abad Gordillo. Otro que para ti era un misterio. Vino a tu mente un dicho de la infancia: en la calle de los abades, todos son tíos y ninguno padres. Otra verdad envuelta en el misterio del desconocimiento infantil Y del adulto. No sabías si este había sido tío o padre. Una historia por conocer. De alguien que hizo historia. De tu Semana Santa. De las religiosas estaciones que frecuentaba la piedad sevillana. Las había escrito en tiempos barrocos, de teatrales misterios, de concilios tridentinos de luces y de sombras. Como las de un atardecer de Lunes Santo. De otro tiempo que se reencarnaba en cardenales de color sepia. Amantes de las letanías de eternos pecados y de prohibiciones de bailes, del lujo y del disfrute. Señal de prohibición bajo el rótulo de la calle. Sentimientos a contramano. En la esquina de un viejo callejón veías como iluminaban al Dios enjuto hecho un pequeño hombre en un pequeña cruz. Escena quieta de un tiempo parado. Tiempo del último príncipe de la Iglesia y de militares bajo palio. Sevilla valle de lágrimas. Con mucho teatro de grandezas y muchos rincones de miserias. Una historia que se repetía. Una hermandad que era muy ilustre, muy antigua, pontificia y real. También era venerable, fervorosa, humilde y seráfica. Unas palabras que encerraban el misterio de lo grandioso y de lo incomprensible. Como el paso del tiempo por los recuerdos de tus culpas. Se agolpaban en una cruz de madera sobre tus hombros. Atardecía. Y te llegaban los últimos susurros de los costaleros. El Niño Jesús había sido perdido y hallado en el templo. Gozo para la Virgen en los rezos de la tarde. La sucesión de misterios continuaría en la próxima parada. Zancos para tu corazón. Tus pensamientos dejaron la genuflexión y se fueron al cielo a pulso. Suave y cadenciosamente, que el Dios de madera dormía y no se debía despertar en los muros. Ya estaban encendidos los hachones verdes. Verde de la esperanza en un tiempo de luz, del sueño de los que viven despiertos esperando la verdad tallada en los pliegues de un madero. Ya incorporado, sentiste que la cofradía comenzaba a andar. Una última mirada al viejo crucificado de la Verdad llenó de luz las sombras de tus pensamientos. Alguien te había contado que la verdad te haría libre. Libertad en un tiempo sin libertades. Quizás fuera un viejo Dios de madera. Quizá en una esquina. Quizás en el misterio de una tarde de Lunes Santo. Unos niños habían sido testigos del encuentro del Niño perdido. Fue hallado en el templo abierto de una calle sevillana. Nunca imaginaste que entenderías el misterio en el atardecer de tu ciudad. El gozo de una nueva vida caminaba detrás de la cruz verdadera. Quizás fue una eternidad, quizás fue un instante. Quizás fue un misterio pintado con el blanco y negro de tus recuerdos. El enigma de un instante. Alguien lo hizo eterno con una vieja cámara Leyka...
Nunca volverás a dudarlo: Dios es, fundamentalmente, un misterio.
http://www.guiasemanasanta.com/sevilla/es/galeria.php

2 comentarios:

Jesús Cotta Lobato dijo...

Y cuanto más conoce y ama uno ese misterio, más miserioso es. Buen fin de semana, amigo.

el aguaó dijo...

Ya lo decía el gran don José Antonio Garmendia: "Dios no existe, y eso lo sabe Él mejor que nadie".

Con el tiempo, la gente dirá: Ya lo decía el gran don Manuel Jesús Roldán Salgueiro: "Dios es, fundamentalmente, un misterio".

Eres grande amigo Rascaviejas.

Un abrazo.